Anabel Sáiz Ripoll
Profesora de lengua y literatura españolas. Doctora en Filología. Especialista en Literatura Infantil y Juvenil.
¿Qué ocurre con los sueños
y los anhelos? ¿Los seguimos o nos resignamos a que no se cumplan? ¿Hay una
edad en que se renuncia a los sueños? ¿Hay otra edad en que se añoran los
sueños? Es más: ¿hay un momento en que se cumplen los sueños? O... ¿los sueños
cumplidos engendran nuevos sueños?
Todas estas preguntas y
alguna más se me vienen a la cabeza -y al corazón- tras la lectura de Sueños
de volar. Si bien el libro se destina a niños desde 8 años, cualquier
lector puede leerlo y debería hacerlo porque, en cuanto se abandonan las
ilusiones, se deja de crecer y se comienza a envejecer.
La verdadera juventud está
hecha de ilusiones, de retos, de pequeños estímulos, de nuevas posibilidades,
de un sinfín de preguntas y otras tantas esperanzas. Hay un algo de duda, de
sospecha, de enigma ante las posibilidades que nos conocemos y un mucho de
miedo o espanto ante la idea de abandonar la zona de confort, tan conocida, tan
mullida y tan... aburrida.
La joven protagonista del
relato siente una llamada, algo que la empuja "hacia un destino sin
mapa". Busca salir de sí misma y, en la metáfora del vuelo, encuentra una
posibilidad de crecimiento, de cambio. Las aves son las elegidas para ayudarla
a emprender el vuelo y estas mismas aves se encargan de hacerle "nacer
deseos de soñar más alto". Está bien transcenderse y querer encontrar el
camino propio, pero hay que ser realistas y no jugar con espejismos, con
falsedades que no nos ayudan, sino que nos frustran y ahogan nuestros sueños.
Algo parecido le pasa a esta chica que, de tanto soñar, se olvidó de ella
misma, de sus verdaderos deseos. Y así, la narradora advierte que "Sin
alas, el futuro soñado puede quedar escondido en el discurrir del tiempo".
Hay que saber distinguir, como decía Antonio Machado, las voces de los ecos
y eso hace nuestra joven. Empieza su propio viaje y entiende que "Lo
desconocido nos aguarda más allá de nosotros mismos".
Sueños de volar no alienta falsas quimeras, sino que abre puertas y
ventanas y deja entrar el aire puro en nuestras vidas e invita a los lectores a
lograr una manera de vivir en donde domine la esencia sobre la posesión. De una
manera metafórica, así lo vamos entenfiendo. Quizá los pequeños no necesiten
más explicaciones que la dejarse acariciar por las palabras y empezar sus
propios sueños. Los adultos entenderán la parte simbólica y en sus manos, en
nuestras manos, está el aplicarla.
En el relato se alude al
vuelo que es uno de los temas que más ha estimulado al ser humano. Desde Ícaro,
todos hemos querido volar y hemos deseado tener alas para ser libres. Porque se
asocia la libertad con el vuelo. De ahí que la autora emplee está metáfora y la
ayuda de las aves para que la joven inicie su destino.
Las ilustraciones, de
Fátima Afonso, son parte del viaje, parte de los sueños. Imágenes que invitan a
la meditación, a la contemplación. El aire, el mar, la tierra se dan la mano
para propiciar un momento de tranquilidad. Son iljustraciones balsámicas que
nos permiten volar también con los ojos de la imaginación y de la fantasía. Las
páginas finales, a doble página, son un auténtico poema que aúna aves con
mariposas con libélulas... para arropar a la protagonista en su viaje.
Xosé Ballesteros nos
ofrece, por último, una brillante traducción al castellano.
Sueños de
volar ha sido mención del VII Premio Compostela. Es un texto que no
ofrece respuetas, sino posibilidades y nuevos caminos. Es un texto reflexivo,
teñido de lirismo que nos invita a ser curiosos y a investigar nuevos caminos
porque un camino ya pisado no nos aportará demasiado. Mejor que lo abramos
nosotros mismos. Mejor que los niños aprendan a ser, desde pequeños, ellos mismos
con sus propias ilusiones, no las heredadas de los padres, sino las suyas. Todo
un reto.
Sem comentários:
Enviar um comentário